jueves, 24 de noviembre de 2011

Aprendizaje espontáneo

Lleno de problemas en la cabeza (que para la diversidad de seres humanos en realidad pueden ser cosas insustanciales), me encontré escaqueandome hacia la calle, sin importarme las condiciónes climáticas (bastante horribles, por cierto), ni lo que significaría tratar de retomar mi vida después de que regresara de mi "salida imprevista".

Entonces, cuando trataba de parapetarme de la lluvia (sin éxito por supuesto), lo vi.

Aquél joven, recostado en la banca del parque, durmiendo tan plácidamente.
Su extrema relajación me hizo recordar viejas palabras de mi madre, que me había comentado hace mucho tiempo, que no había cosa más placentera, más purificante, incluso reconfortante, que dormir escuchando la lluvia.

Oir la caida de las gotas y los golpes con los objetos de la tierra es una cosa... pero ¿Sentirlas directamente en el cuerpo?

Pues sí. A este tipo le gustaba, y mucho.

Me quedé mirándolo un rato, luego el frio me comenzó a invadir... ¡no! No es el frio, pues mi cuerpo debería estar a la misma temperatura de aquel chico. Es solo esa sensación incómoda de "la ropa se me va a mojar". Comenzé a cuestionarme, si en verdad a la gente le molesta mojarse por supuesta salud o por que desde pequeños nos enseñan a refugiarnos del aguacero.

De todas maneras no me mojé. Pero no podía dejar de admirar la paz de aquel empapado muchacho. Tan tranquilo, tan sereno, tan... felíz!

Entonces lo único que pude pensar es: "Ese tipo si que sabe como vivir".

Era mi oportunidad de salir de la caja. Tenía lo mismo que aquel adolescente para sentirme cómodo con el mundo. Solo necesitaba salir y dejar que aquel mal visto fenómeno natural me empapara de pies a cabeza. Es como tomar una ducha, pero lo que se limpiaría, sería mi alma.

Pero no. Volví, y mas seco que nunca; de hecho. Hasta mi espíritu se sentía así.
Al entrar en la oficina, el guardia me preguntó: "¿Quiere una toalla para secarse?"
No le respondí.

Lo único que podía pensar era: "El sí que sabe como vivir".